Viento negro

Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín.

Muchos expertos aseguran que ese tren es una locura, que no tiene justificación técnica y mucho menos económica, que está destinado a fracasar, lástima que nadie le pueda decir al Presidente que está equivocado. Estas frases y otras parecidas surgieron en 1936 cuando el presidente Lázaro Cárdenas ordenó la construcción del ferrocarril en el desierto de Altar, para unir a Baja California con Sonora y, a través de ésta, con el resto del territorio continental mexicano.

No existe el “hubiera”, pero algunos historiadores piensan que gracias a este tren Baja California no terminó anexada al territorio de Estados Unidos, lo que, de haber ocurrido, ahorita nos haría necesario contar con visa para poder visitar Ensenada, Tijuana o Los Cabos.

Lo que sí es cierto es que esta vía férrea fue por casi 30 años el eje del intercambio poblacional y comercial de la península con los estados del noroeste, ya que por décadas no hubo carretera en el desierto.
Un dato es revelador de su importancia: el tren fue inaugurado en 1948 –ya le tocó a Miguel Alemán- y Baja California se convirtió legalmente en Estado mexicano hasta 1952. ¡Primero fue el tren y después el estado!

Algunas poblaciones –sobre todo de Sonora- florecieron a lo largo del tendido ferroviario, mismas que ahora son prácticamente pueblos fantasmas cuando –para no variar- en la época neoliberal el ferrocarril planeado fue privatizado y suspendió el servicio de pasajeros.

La película Viento Negro, con la actuación del gran David Reynoso, que muchos hemos visto en televisión más de una vez, retrata del drama, el enorme esfuerzo humano y técnico de “partir en dos el desierto”.

Consciente de ser testigo de la historia, me acordé de Viento Negro cuando asistí hace unos días a la visita de trabajo y de respaldo político del presidente Andrés Manuel López Obrador a mi casa: el sur de Veracruz.

El ferrocarril que ahora partirá en dos no un desierto, sino el Istmo de Tehuantepec, será la continuación de una idea que existe prácticamente desde la Conquista. Es verdad que ya existen unas vías de ferrocarril, pero su modernización a especificaciones actuales de comunicación férrea significará dar un salto de un siglo en la proyección económica de la zona.

Y quizá pensando en lo que ocurrió con aquel otro tren, el Presidente desde ahora está anticipando los mecanismos jurídicos para impedir la tentación de privatizarlo en futuras administraciones. Una previsión oportuna, porque nunca se sabe.

Estoy seguro que el Tren Transístmico, como el Tren Maya, serán en las próximas décadas un factor de transformación para las comunidades que toquen. Serán una herramienta de rescate de la pobreza para millones de mexicanas y mexicanos.

Recordemos algo: nunca, en ninguna parte del mundo (África, Australia, Rusia, India, Estados Unidos, donde quieran) los trenes han llegado solos.

Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.

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