Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín.
Dice el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional: constituye un Crimen de guerra “lanzar un ataque intencional a sabiendas de que dicho ataque causará pérdida incidental de vidas o heridas a civiles; daños a objetivos civiles o provoque un daño extendido y de largo término al medio ambiente (derramar petróleo, por ejemplo) cuando estos resultados sean excesivos en relación a la ventaja militar concreta y directa que se tiene prevista”.
Recuerdo una historia que quizás muchos de nosotros hemos escuchado: los asesinos de Pancho Villa desistieron de matarlo en el primer intento porque, justo cuando iba pasando, un grupo de niños salía de la escuela. Serían muy gatilleros despiadados como para matar a traición, pero ese día prefirieron no llevarse a ningún niño por delante.
La actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador en ocasión de la reacción violenta de un cártel ante el acorralamiento de su líder nos habla una vez más del temple de estadista de quien encabeza la Cuarta Transformación de México.
Sus malquerientes a ultranza se han atrevido a criticar lo que, según ellos, denotó una falta de responsabilidad, cuando lo que demostró fue justamente lo contrario: sangre fría, cálculo analítico, visión global de la historia, inclinación a ponderar el mal menor y, sobre todo, su auténtico aprecio por las vidas humanas. Siempre habrá otra oportunidad de capturar a un criminal buscado. Ya habrá otra ocasión, en una carretera, en algún rancho.
Hay que reconocer que incluso voces desde fuera de las filas de la corriente ideológica del Presidente han tenido el valor de mostrar su acuerdo con la decisión presidencial (Miguel Alemán Velasco, Mikel Arriola y otros) de haber evitado una masacre que, a estas horas, todavía estaríamos lamentando los mexicanos.
Es muy fácil juzgar a la ligera, pero creo que un elemental ejercicio nos permite aproximarnos en algo a la dimensión de la disyuntiva que enfrentó el Presidente con su Gabinete de Seguridad Nacional: qué habría hecho cualquiera de nosotros –qué habrías hecho tú- teniendo en una mano la oportunidad de capturar a un importante criminal –al terrorista más buscado del mundo, si te parece- a cambio de la muerte de civiles inocentes:
Señoras y sus hijos haciendo la tarea escolar en el comedor de sus casas, enfermeras que volvían del trabajo, señores manejando su taxi, un papá comprando un pastel para su hija. Imagínatelos como la gente con la que tratas todos los días. La señora que te vendió algo en la tienda, el esquitero con su triciclo, el vigilante que saluda en la mañana cuando llegas al trabajo. Imagínate que esa gente confía en ti. ¿Los dejarías morir para atrapar al delincuente?
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.