Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín
La vieja política mexicana era de hombres –y muy pocas mujeres- investidos de algo más que simple Poder público. Al bajar el brazo después de protestar un encargo adquirían un aura de divinidad que hoy se nos antoja irrisorio. Y no solo el encargo, sino con la mera candidatura, que en el sistema hegemónico era apenas un trámite para el triunfo asegurado.
A la usanza de las más tradicionalistas monarquías, nuestros gobernantes eran una suerte de divinidad encarnada que, con ese carácter, los aproximaba a la superhumanidad.
Curiosamente, una característica que compartían con otros regímenes absolutistas o autoritarios del planeta, como aquel dictador del sureste asiático del que la propaganda oficial aseguraba que no necesitaba ir al baño como el resto de los humanos.
O aquel otro emperador, también de aquellos rumbos, cuya condición divina prohibía que un plebeyo lo tocara… hasta que un bastante terrenal dolor de muelas hizo que necesitara, como cualquiera, el contacto con un dentista, asunto que acabó en las primeras planas de los periódicos.
En el México que algunas y algunos todavía añoran, del Presidente, Secretarios de Estado y Gobernadores para abajo existía una especie biológica diferente a la humana, con rasgos anatómicos y fisiológicos que superaban la debilidad de los comunes y corrientes, en desafío a los libros de medicina.
Una casta que nunca dormía, porque de hecho nunca experimentaba cansancio; no sentía hambre, porque servir al pueblo era suficiente alimento y, consecuencia de ello, al parecer tampoco iba al baño. Ni hablar de sufrir una diarrea, un resfriado demoledor o algo más grave.
Ansiosas y ansiosos por ser parte de esa clase política, dichos superpoderes eran adquiridos por quienes ocupaban diputaciones, alcaldías y hasta regidurías.
Ese es uno de los muchísimos vicios de la cultura política que, afortunadamente, hemos dejado atrás.
Así como Pablo Neuda confesó que había vivido, un servidor no tiene empacho en confesar que está vivo: como, duermo, estornudo, voy al baño. De hecho, al igual que muchísimas personas, cuando puedo me inyecto vitaminas, lo que en más de una ocasión me ha llevado a buscar entre mis amistades a alguien con la noble habilidad de saber inyectar. Es decir, nada del otro mundo.
Sin embargo, eso enoja a quienes el mismo fin de semana también se enojaron de ver a un Gobernador participar en una jornada de jardinería de un espacio público un sábado en la mañana.
Enojos injustificables, pero sí explicables: les enoja todo lo relacionado con la Cuarta Transformación.
*Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado*